Detenida-desaparecida el 5/9/77 a los 24 años, junto a su pareja, Rodolfo Torres. Silvia era estudiante de Traductorado de Inglés en la Universidad Nacional de La Plata. Se comprometía vitalmente con lo que la rodeaba. Silvia y su compañero Rodolfo fueron secuestrados en la casa donde vivían, en Turdera. Fueron vistos en el CCD «Pozo de Quilmes». Permanecen, ambos, detenidos-desaparecidos.
Carta de su hermana Mónica:
Somos muchos y muchas los que al buscar la memoria estamos buscando partes de nuestro rostro. Quien nos pide que olvidemos, nos pide que sigamos incompletos. Tal vez por eso temen los de arriba, porque quien tiene memoria en realidad tiene en su futuro una puerta”
(Extraído de la carta que el sub comandante Marcos envió a la Argentina por el 25 aniversario del golpe genocida)
Querida hermana:
No puedo olvidarme de aquel 5 de septiembre de 1977, aquí en Lomas de Zamora, a pocas cuadras de este lugar, cuando te vi por última vez…
Una y mil veces me dije, ¿Cómo fue posible que no presagiara la tragedia?
Estabas preocupada, sabías que se habían llevado a compañeros de trabajo y querías irte lejos con Rodolfo.
Quisiste volver a tu casa, y allí los secuestradores, los torturadores, los ladrones de bebés, los apropiadores de bienes ajenos, los asesinos de las sombras que pertenecían a la policía y al ejército argentino te llevaron y luego con la mentira y la negación cobarde durante estos 27 años, perpetraban el mayor genocidio de nuestra historia.
Escenas que se multiplicaron por miles. Mientras gran parte de la población decía
“Algo habrán hecho”
“Los desaparecidos pasean por el exterior”
“No hagas la denuncia porque corren peligro”
“Este fin de año los van a dejar libres”
“Los siniestros llamados anónimos que ofrecían información a cambio de dinero”
O la gente que salió demencialmente a las calles a festejar el triunfo del mundial 78. Mientras en los cientos de los campos de detención clandestina los que aún estaban vivos, y los que continuaban siendo secuestrados sufrían la tortura, la humillación, la soledad, el miedo, la muerte.
Todavía me duele y avergüenza esa escena, esa argentinidad triunfalista que repugna.
Ojalá hayamos aprendido, que con el silencio cómplice y la aceptación acrítica de tanta mentira no podemos construir un mañana mejor.
El miedo nos ganó durante muchos años. Construimos torres de silencio y creíamos que entonces estábamos a salvo, y poníamos a salvo a nuestros familiares y amigos.
Tener la posibilidad de salir del silencio, decir a todos lo que nos pasaba y re-construir con memoria esa parte de nuestra historia porque sin ella, como dice Marcos, no tenemos rostro y no sabemos quienes somos.
Sabés hermana: todavía hay preguntas para las cuales no tenemos respuesta
¿Quiénes te asesinaron, a vos y a miles?
¿Por qué te asesinaron, a vos y a miles?
¿Dónde te asesinaron, a vos y a miles?
¿Cómo te asesinaron, a vos y a miles?
¿Qué hicieron con tu cuerpo y el de miles?
Justicia lenta, parcial, emparchada y maniatada, otra deuda para todos nosotros.
Querida Silvia, hermana
Nombrarte es extrañarte.
Pensar la infancia y la adolescencia sin tu presencia es un imposible, estás presente en ella para siempre-.
¡Cuánta complicidad ausente! ¿Te acordás?: Desde muy chicas nos gustaba caminar abrazadas por la calle, y nos autodenominábamos “las hermanas de caridad”.
Compartir juegos y amigas. Peleas y reconciliaciones.
Juegos en la vereda, nuestra amistad con las vecinas del barrio. Defenderte de las compañeras “más grandes” del colegio.
Repartirnos los Sugus de cajita chata de cartón: para vos los amarillos y para mí los verdes. Devorar lentamente las pipas de chocolate, que nos traía papá de regalo y jugar a ver quien terminaba más tarde para demorar ese placer.
Escaparnos en bicicleta a la hora de la siesta a lugares prohibidos, con una cantimplora colgando y monedas para pagar al heladero de carrito Noel.
Cuando en ausencia de papá y mamá nos disfrazamos con sus ropas, cada una jugando un personaje distinto en un teatro inventado.
Complicidades y competencias a la hora de los romances.
Hurgar en el laboratorio fotográfico a escondidas de nuestros hermanos y asombrarnos juntas de los “descubrimientos”.
Hermana para contar, para discutir, para celar, para reírse, para compartir y soñar. O simplemente para estar y abrazar. ¿Cómo no extrañarte? ¿Cómo no necesitarte?
Lágrimas o risas, siempre había un espacio en la que entrábamos las dos. Gestos que no necesitaban palabras.
Nos llevó mucho tiempo dejar las rencillas adolescentes, pero logramos construir códigos comunes en un encuentro que marcó el crecimiento.
La mutua admiración por nuestro hermano Eduardo, quizás te llevó a abrazar los mismos sueños. Esos sueños cargados de una ética que consistía en lograr mayor equidad y justicia para todos.
Esos ideales que compartiste con miles de jóvenes que como vos perdieron la vida por causa de uno de los genocidios más terribles de nuestra historia. Hoy trabajamos no solo para que no se repita nunca más el terror, sino para que nunca más el silencio y la indiferencia contribuya a que esa tragedia fuera posible.
Mirando en qué se ha transformado la Argentina del 2004: en la que el hambre y la pobreza se han multiplicado, entendemos mejor porque se planificó y ejecutó ese exterminio en alianza con los intereses económicos de siempre.
Decir nunca más a la indiferencia y al silencio es tan importante como la reparación histórica, la verdad y la justicia y está al alcance de todos nosotros cada día de nuestras vidas.
Me lo propongo, hermana, hacerlo posible, como he intentado hacerlo todos estos años, pero a partir de ahora quizás de la mano cálida de Memorias del Sur, mis nuevos hermanos. Con quienes he encontrado la manera de, parafraseando a Paulo Freire: “navegar la alegría para volver construyendo la esperanza”
Con el amor de siempre, tu hermana Mónica.
Octubre de 2004